Uno de los motivos de asistencia clínica en las consultas de Psicología lo constituyen los diferentes cuadros de ansiedad, entre los que destacan los llamados Ataques de pánico, los que de manera repentina, aparecen provocando malestar emocional y somático en los que lo padecen.
Esta situación se caracteriza por manifestar miedo de carácter intenso y síntomas físicos, basados en peligros reales o aparentes. También por el aumento de la frecuencia cardíaca, sudoraciones excesivas, escalofríos, dificultad para respirar, debilidad, mareos, náuseas, dolor abdominal y en el pecho; así como sensación de muerte súbita.
El diagnóstico se puede efectuar por el médico de atención primaria, un psiquiatra o psicólogo. En ciertas ocasiones, para descartar síntomas concomitantes con los de otras enfermedades, se realizan exámenes físicos completos, análisis de sangre para verificar la presencia de hipo o hipertiroidismo; así como electrocardiogramas para descartar complicaciones del corazón.
Es significativo considerar que no es igual sufrir ataques de pánico que el Trastorno de pánico. Para determinar la presencia de este último, la American Psychiatric Association, considera que deben estar presentes varios eventos del primero; así como el temor constante a volver a vivenciarlos, perder el control o simplemente a “volverse locos”
El uso de fármacos prescritos por el especialista correspondiente, puede ser parte del tratamiento, empleando las llamadas benzodiacepinas: medicamentos que disminuyen la excitación neuronal, con efectos ansiolíticos, hipnóticos y que reducen la tensión muscular. Es conveniente evitar la cafeína, la nicotina, el alcohol y las drogas, dormir regularmente durante 8 horas, practicar ejercicios y técnicas de relajación-meditación. Todo ello, sin dejar de lado la psicoterapia; desde mi experiencia, recomiendo la Racional Emotiva, la que es benéfica para la reestructuración del sistema de creencias del sujeto. El pronóstico suele ser bueno la mayoría de las veces. La complicación se expresa cuando existen pensamientos o actos suicidas.
Prevenir esta afección es clave, por lo que es aconsejable replantearnos hábitos alimenticios, horarios, rutinas y descanso. No propiciemos el estrés, la irritabilidad, los cambios de humor y el agotamiento mental. Pensemos en positivo y seamos pacientes, sin preocuparnos demasiado por lo que pueda ocurrir en el futuro, convencidos de que ningún mal que nos aqueje es para siempre.